sábado, 18 de julio de 2015

FILTROS

¿Nunca os habéis preguntado qué narices hacían nuestros padres o nuestros abuelos cuando eran jóvenes y hacían algo interesante? Quiero decir, no tenían smartphones, ni Facebook. No podían compartir una foto en un segundo para fardar delante de todos sus amigos. 

A nosotros, sin embargo, sí se nos ha dado ese “don”. Tenemos mil tipos diferentes de redes sociales a nuestra completa disposición, manejamos teléfonos móviles que en muchos casos son más inteligentes que sus propios dueños, y cada día actualizan nuestras aplicaciones favoritas para que sean aun mejores (es decir, para que no nos aburramos de ellas y nos bajemos otra diferente). 

Cuando mi abuelo Isidro (el Titi para los nietos) ve la dependencia que smartphones, tablets y demás han creado en nosotros, siempre se pone melancólico. Dice que es una pena, que sus tiempos eran diferentes. Y es verdad. Nuestros abuelos, en muchos casos, ya trabajaban con poco más de 15 años, en el campo, y de sol a sol. La visión que tenemos hoy del significado de la palabra esfuerzo está a años luz de la que tenían nuestros abuelos. 

El mío siempre aprovecha cualquier oportunidad para recordar sus “años mozos”, contándome historias en las que como él dice, no hay ni móviles ni tonterías “ni ná”. Y mi abuelo tiene razón: nos quejamos mucho, y nos quejamos por tonterías. Y yo el primero eh. Pero a veces no nos damos cuenta de la suerte que tenemos por vivir dónde vivimos y en el momento en el que hemos caído. 

Eso sí, aunque yo quiero mucho a mi abuelo, y entiendo lo que me quiere decir, creo solemnemente que no vale la pena comparar épocas. No tiene sentido, porque afortunadamente, la vida evoluciona, a veces para bien, a veces para mal. Eso sí, por supuesto que hay valorar lo que hicieron nuestros abuelos, porque muchos valores que ellos respetaban al máximo ahora brillan por su ausencia. Por ejemplo, el sacrificio. El saber lo que cuesta conseguir algo. Y esto lo digo porque sigo alucinando cuando veo a niños de 10-13 años con móviles más caros que una letra del piso donde viven, o cuando oigo que a un niño le han puesto una tele más grande que él en su habitación porque ha sacado un 5 y así solo le van a quedar 2. ¿Estamos tontos?

Pero a lo que iba, por mucho que diga mi abuelo, él habría hecho lo mismo. Si el hubiese tenido messenger, pues se habría puesto un nick con letras en mayúsculas y en colores rollo “TiitiiH” o “iSidRo ReShuLóN”. Si hubiese tenido tuenti en plena adolescencia, pues se habría puesto una foto suya sin camiseta de principal, y mi abuela le habría dado a me gusta. Y eso es así. También habría puesto frases de las canciones más románticas de Manolo Escobar en el estado, sus amigos le preguntarían que por quién iba y él habría dicho que “por nadie, que solo era una canción”. En twitter habría tuiteado cosas como “Muerto después de un largo día de recogida, mañana más! #Vendimia1940”, y en Instagram subiría fotos de los racimos más impresionantes con hashtags del estilo de #RácimoOfTheDay o #instauva.

En definitiva, que la vida avanza, las tecnologías progresan, pero al final las personas somos bastante parecidas, por mucho tiempo que pase, o por muchos aparatos inteligentes que pongan en nuestras manos. Somos animales, tenemos necesidades e instintos. Y uno de ellos es gustar. Sí, somos seres sociales con una necesidad grande de sentirnos admirados y aceptados por un grupo. Y claro, todas las redes sociales, las aplicaciones, los smartphones… nos dan una oportunidad inmejorable de contarle a todo el mundo lo geniales que somos, lo interesantes que son las cosas que hacemos, y la suerte que tenemos por todo. 

Y oye, esto no es del todo malo. A veces las redes sociales ayudan a expresar cosas muy chulas. Este blog no existiría sin Internet, a veces puedes conocer bien a una persona chateando durante horas. Creo que es absurdo ponerse en plan “yo no uso redes sociales porque soy auténtico”. Eres auténtico, pero también estarás muy solo dentro de poco. Simplemente hay que adaptarse. Internet está ahí, nos mola mucho, pues aprendamos a usarlo. 

Y es que el problema del que yo quería hablaros hoy está muy presente en Internet, en las redes sociales. Creo, y a lo mejor me equivoco, que cada vez más las redes sociales nos alejan de la realidad real. Y digo realidad real porque se supone que lo otro es realidad virtual. 

Os pongo un ejemplo muy claro para que lo entendáis. ¿Alguna vez habéis subido una foto a Instagram? Bueno, pues ahora se ha puesto de moda poner #sinfiltro o #nofilter (a la gente le gusta hacer ver que sabe inglés por poner un hashtag) en las fotos que subes sin retocar. Como queriendo decir “mira qué pasada de foto y no está retocada”. Creo que eso es preocupante, porque significa que ya nos hemos acostumbrado a fotos que simplemente no son 100% reales. 

Todos hemos subido alguna foto nuestra alguna vez. Y claro, tú pruebas a poner un poquito de brillo, un poquito de contraste, bajas un pelín la saturación.. y voilá! Ya podrías trabajar en Hollister. Pero es que luego te poner a mirar, pruebas los filtros esos que vienen que tienen nombre de mueble de ikea y… ya está! Clavaito a Brad Pitt! Y con un toque vintage que te da un aire moderno pero rústico. 

Obviamente esto es una exageración, pero no me negaréis que si te dejan pulsar un botoncito que te quita fealdad, peso, años y algún grano pues lo pulsas. El problema puede aparecer, pienso yo, cuando esa imagen “retocada” de nosotros mismos nos empieza a gustar más que la imagen real. También puede pasar que empecemos a pensar que la gente que ve nuestras fotos espera que tengamos un 5% más de brillo y algún filtro molón. 

Y es que ese ansia por sentirnos aceptados y queridos nos lleva a tener mucho en cuenta las expectativas de los demás. Queremos ser como la gente espera que seamos, ya sea en Internet o en la vida real. Y esto, en mi humilde opinión, es un error. Y lo sé por experiencia. Creo que esos filtros que encontramos en las redes sociales son un reflejo de los que usamos día a día. Y está bien querer gustar a los demás, pero lo principal es gustarnos a nosotros mismos. Esto es un tópico, lo sé, pero es que es verdad. 

Un filtro, por definición, es un sistema de selección en un proceso según criterios previamente establecidos. No está mal pensar en lo que nos gusta y en lo que no de nosotros mismos, pero los criterios de nuestros filtros deberían establecerse teniendo en cuenta nuestras propias expectativas, y no las de los demás. 

Y es que si dejamos que nuestra felicidad dependa de lo que los demás esperan de nosotros tenemos un problema, porque inconscientemente hemos asumido que nuestra felicidad no depende de nosotros mismos. 

Por eso creo que lo de #nofilter no debería existir, debería ser lo normal. Deberíamos atrevernos más a mostrar la realidad. De vez en cuando un filtro con toques vintage nos hace sentir artistas, y eso está genial. Pero si aparecemos nosotros… olvidaos del brillo y el contraste, no toquéis la saturación, y nada de filtros. Y una vez que la foto esté publicada, cuando todo el mundo la pueda ver, es ahí cuando vosotros, antes que nadie, podéis decir sin miedo... "me gusta".


Feliz verano!

Agradecimientos: al Titi, por su sabiduría sin límites.