domingo, 18 de octubre de 2015

Frío y Calor

Ya estás aquí. Parecía que podríamos darte esquinazo, pero no, he notado la humedad en la punta de mis zapatos. Ya has llegado. Ya has llovido, ya has traído esas tardes de domingo en las que miras por la ventana sintiendo tu casa un refugio y la calle una incertidumbre. Incertidumbre, ha venido contigo.

Has llegado con tus nubes, con tu manía de hacernos querer un abrazo, con tu poca luz y tu habilidad para despertar recuerdos que aún no se habían dormido. Te has llevado, otra vez, el calor. Has sonreído cuando nos hemos quejado, porque al final siempre vienes, porque al final siempre has llegado. Has liberado tu frío, y no me has dado tiempo para acumular grados. Así es, es mejor bailar contigo que lucharte, me lo has demostrado.

La última vez que llegaste estaba mucho peor, ahora me lo has enseñado, pero también, con tu maldita lluvia me has recordado cómo quiero estar la próxima vez que vengas, porque tú siempre acudes a la cita. Me has obligado a aprender del calor, porque no lo tengo, lo he perdido, lo he cambiado. Pero eres imprescindible, tu frío, tus hojas, tu antaño. Sí, joder, eres justo lo que necesitaba, porque cuando te arropa un abrigo que no es tuyo, y te has acostumbrado, ya no depende de ti tener frío. Y yo me he helado. Pero no te culpo, lo admito, he sido yo el que se ha desnudado.

Ya estás aquí, otra vez has llegado. Estoy congelado, pero ahora que lo sé te tengo ganas, no te tengo miedo, me lo has dejado claro: hay que aprender a pasar frío, a dejarse llover, a llorar tiritando, porque si aprendes de la lluvia, de las lágrimas, del tiritar, al final siempre se arrepiente y vuelve, el verano. Y sé que esta vez lo hará, se arrepentirá, porque está escrito. Y entonces saldrá bien, porque ya sabré cómo pasar frío, pero también cómo pasar calor. Porque entonces ya sabré distinguir... entre invierno y verano.


Sé bueno, otoño.