Jamás te dejaría leer esto. Jamás te dejaría saber que hoy, mientras te abrazaba, he soñado despierto.
En el sueño también te estaba abrazando, muy fuerte. Después de secarnos las lágrimas nos mirábamos y sonreíamos como dos verdaderos idiotas.
Siempre había sido tu sueño:
siempre habías dicho
“yo quiero la parejita, niño y niña”. Y
ahora no podías evitar temblar de la
emoción al presentarle a tu
hijo a su preciosa hermana. Los dos habían sacado tus ojos, un pelín achinados. Tu mujer sonreía cansada desde la cama de aquella habitación de hospital donde estaban todos tus
familiares y amigos, felicitándote.
Cuando
todos se iban, sacabas tu cámara (en
mi sueño eras fotógrafo profesional), y nos hacíamos una foto de familia. Bromeabas diciendo
que la pondríais al lado de la de la
boda, en la que mamá salía fatal.
Ese comentario era la excusa perfecta para volver a recordar ese día tan importante para ti, incluida la despedida
de soltero (¡menudo borrachera nos
pillamos!). Nos contabas que aún te ponías nervioso cuando te acordabas de cómo tu mujer caminaba hacia el altar, y que
estabais planeando repetir la pedazo de luna de miel que os montasteis por Nueva York y el Caribe.
Al bajar a
la calle, en la entrada del hospital, te fumabas un pitillo, y me prometías que solo habías vuelto a fumar uno o dos para combatir el
estrés de los últimos meses. Yo, como buen hermano pequeño, te echaba la bronca, pero te entendía. Te preguntaba cómo estabas y me decías que eras feliz. Que estabas muy atareado
porque había mucho curro en la
revista y seguías dando
conferencias en la universidad, pero que al llegar a casa tenías todo lo necesario para ser feliz. Y entonces
me llevabas a casa, conduciendo (en mi sueño conducías un pedazo de Audi de esos que te gustan).
Conducías genial.
Y
entonces, mi sueño ha
terminado igual que empezó, con un
abrazo de esos tuyos que siempre consiguen que parezca que todo va a ir bien.
Lo duro de
soñar despierto es que
siempre se vuelve a la realidad. ¿Sabes qué? No sé muy bien quién era ese tal Down, ni cómo descubrió tu síndrome, pero me da igual. Daría lo que fuera por poder hablar con él y preguntarle si existe una mínima posibilidad de poder darte ese maldito
cromosoma que te falta, ese maldito y desgraciado cromosoma que ha hecho que de
todas las cosas que ocurrían en mi
sueño, no vayas a poder
hacer ninguna.
Te juro
que movería cielo y tierra para
poder cambiarme por ti, para que jamás volvieses a encontrarte con esa mierda de
frase a la que ya te has acostumbrado: “esto no puedes hacerlo tú solo”. Y sobre todo, ojalá pudiera ser tan valiente como tú, ojalá pudiese entender cómo, a pesar de todas las barreras, a pesar de
todos los golpes, a pesar de tanta rabia al sentirte diferente, a pesar de esa
impotencia… nunca has
dejado de sonreír, ni de
alegrarnos la vida a todos. Eres un superhéroe, eres mi ángel de ojos achinados.
Y ya no
vale la pena pensar en todas esas cosas que no puedes hacer, lo sé, pero yo sigo preguntándome qué sentido tiene que pasen cosas así, que la vida decida dar o quitar suerte a su
antojo. Lo intento entender, trato de hallar una explicación lógica, pero
no puedo, joder. Podría
destrozar la mesa en la que escribo ahora mismo a puñetazos cuando lo pienso y me domina la rabia.
Pero jamás te dejaría saberlo.
No, jamás te dejaría leer esto, porque entonces tú también te preguntarías como yo por qué la vida ha sido tan cruel e injusta contigo, y
llorarías conmigo cuando
entendieses que toda la suerte que te quitó la vida, sin elegirlo, me la regaló a mí al poder
tenerte. Sí, hermano, te debo toda
mi suerte.
Y por eso
nunca podrás conducir, pero podrás ser mi copiloto. Nunca darás una conferencia en la universidad sobre
fotografía, pero te llevaré a mi clase, a que enseñes a mis niños lo que es luchar. Nunca tendrás hijos, pero serás el padrino de los míos, y serás un tío genial. Pase lo que pase, nunca estarás solo, siempre estaré yo, porque te he visto sufrir, llorar, pero
también crecer y ganar.
Pero no
puedo dejar que leas estas líneas
porque sé que te pondrías triste al verme llorar. En lugar de eso, voy
a seguir haciendo lo que hago cada año cuando
llega tu cumpleaños,
decirte que te quiero mucho, decirte que eres un verdadero jefe y que estoy
orgulloso de ti porque todo lo que te propones lo haces. Por saber querer mejor
que nadie, por esforzarte aunque a veces el progreso se haga esperar, por ser
tan increíblemente bueno…
Sí, eso voy a hacer. Voy a terminar de escribir, voy
a volver a abrazarte para darte las gracias por todo lo que he aprendido de ti,
y voy a recordarte todo lo que has conseguido. Voy a hacer el tonto, que es lo
que más te gusta, para
hacerte reír. Vamos a estrenar tu
flamante palo selfie, vamos a ver una peli, vamos a comer unas palomitas, vas a
ser feliz.
Pero no,
jamás te dejaría leer esto.
Felices 30
jefe.
Tu hermano
pequeño,
Carlos