Las
ganas de inventar, y una tiza al cielo, marcarán la frontera de mi razón. Mi
colección de angelitos negros, me recuerdan, tenemos lo que merecemos. Una
vez más, y espero que no sea la última, Vestusta Morla ha despertado mis anhelos
de inspiración. Y justo después he escuchado “Revolution”, de los Beatles. Demasiada buena música como para no
pensar. Y en el arriesgado juego de pensar a veces surgen preguntas que te
llevan a despertar aún más a tus perezosas neuronas. Y las mías, hoy, después
de limpiarse las legañas, me han hecho llegar a preguntarme lo siguiente: Si
todos queremos cambiar el mundo, ¿Por qué cojones nadie lo hace?
Ya os advierto que esto
que vais a leer a continuación no es la típica reivindicación populista llena
de insultos a los jefes del circo que supone este lugar llamado mundo. No penséis
ahora en cerveza que os veo venir. Bueno, que eso, que no me voy a poner a
decir todas las cosas malas que nos pasan, ni como los malos dominan a los
buenos, ni nada de eso. El revuelto de palabras al que os vais a enfrentar en
unos segundos es solo una reflexión humilde y nada pretenciosa, puesto que cada
año que pasa tengo más claro que siempre hay alguien con un año más que yo, y
que por lo tanto, tiene muchas papeletas de saber más y mejor que este
aprendedor que os escribe.
Tampoco quiero alardear de
humildad, simplemente os aviso de que no voy de revolucionario ni nada por el
estilo. Mi único problema es que pienso demasiado. Y a veces tengo que
compartir mis racionalidades irracionales con el mundo, con el único objetivo de
no dejar que mi cerebro explote. Aunque esta vez confieso que mientras bailan
mis dedos en el teclado, en mi cabeza flota inestable la idea de que esto
podría llegar a hacer pensar a alguien. Y eso, mola.
Me enrollo como las
persianas, así que empiezo ya. Lo que quiero es intentar responder a mi
pregunta del principio. ¿Por qué nadie hace nada? Seguramente a estas alturas
de entrada ya habrá alguien indignado diciendo “¿¡cómo que nadie hace nada!?” Y tiene razón. Os pido perdón por adelantado,
voy a generalizar, en toda ley hay excepción. Cuando digo no hacer nada me
refiero a no cambiar las cosas de verdad.
Ayer no me acosté demasiado
pronto, y hoy me han despertado los ruidos que hacía una de las marchas por la
dignidad al pasar por delante de mi casa. Gente de toda España caminando
cientos de kilómetros para venir a Madrid, a quejarse. Admirable. De verdad, me
quito el sombrero ante gente dispuesta a hacer semejantes esfuerzos por cambiar
algo. De hecho, mientras escribo esto pienso en ir a la manifestación que han
convocado en Atocha esta tarde. Pero tengo dudas. Por un lado, digo “tengo que
ir, joder”. Por otro, hay algo dentro de mí que no me convence.
Y es que cuando pienso en
lo que voy a gritar si voy, me da por pensar que no voy a conseguir nada. Lo sé,
es una especie de pesimismo desalentador que invita a dejar de leer. Pero dadme
un segundo, que os explico. Cuando pienso en ir a una manifestación, me doy
cuenta de que voy a gritar contra unos hombres y mujeres de traje, que parecen
tener en su mano mi futuro, y el de todos. Y en realidad lo tienen, deciden lo
que cobramos, deciden quién puede y quién no puede estudiar, deciden
prácticamente todo. El problema es que ese poder se lo hemos dado nosotros. Nos
la hemos jugado a un color o al otro, pero siempre hemos perdido.
Y entonces me empiezo a
preguntar si tiene sentido quejarnos de nuestra propia decisión. Que lo sé,
nadie ha elegido que faciliten el despido, que suban la luz, o que recorten en
sanidad. ¿Pero alguien se preocupa de verdad antes de que pase todo eso? ¿O solo
nos quejamos cuando nos afecta a nosotros? Espero que no estéis pegando al
ordenador al leer esto, ya os he avisado de que es una simple opinión. Y espero
también que lleguéis hasta el final.
No solo pienso en que
somos egoístas y un tanto hipócritas (TODOS), también pienso en cómo hemos
llegado a serlo. Y supongo que cada uno barre para su propia casa, pero en este
caso intento ser objetivo al 100%. Creo que el problema se llama educación. De
hecho tengo una teoría no patentada que se llama “teoría de la poca valoración
social del maestro”. Os la cuento lo más rápidamente posible.
Mi teoría se basa en lo
siguiente: la educación, en este país, se sostiene sobre pilares endebles. Y lo
más grave es que esa poca firmeza de los pilares es más que intencionada.
Hablo, lógicamente, del instrumento político que suponen las escuelas para los
hombres y mujeres de traje. Cada 4 u 8 años nace una nueva ley de educación cargada
de fines ideológicos, y carente de soluciones para los verdaderos problemas
educativos, como el abandono escolar.
Pero yo voy más allá, y me
pregunto, sin meterme en política, de dónde vienen los problemas de la
educación española. Y después de darle muchas vueltas, mi sensación es que
parte de la fragilidad de nuestro sistema educativo viene de la mano de una
cultura anticuada y poco receptiva ante posibles cambios. Y es que en este país
criticamos prácticamente todo, pero cambiamos prácticamente nada. Y muchas
veces, miles, he oído decir lo siguiente: “bua, magisterio, en esa carrera… ¿qué
hacéis? sumas y restas, ¿no?” Ya me he acostumbrado a la ignorancia, pero el
problema es que los que formulan preguntas tan estúpidas son el reflejo de una
sociedad que ve la educación como algo importante, pero no imprescindible. Los
profesores no son valorados socialmente como se merecen. Los salarios son
bajos, pero en la calle se dice que no merecemos más porque “tenemos muchas
vacaciones”.
Y lo que voy a decir ahora
es triste, y denota el capitalismo inyectado que llevo, como todos, metido en
mi mente desde pequeño. Si los profesores cobraran más, este país iría mucho
mejor. Lo sé, si leéis solo esta última frase como poco os reís de mí. Dejadme
explicarme. Los salarios de, por ejemplo, ingenieros o médicos son mucho más
altos que los de un profesor de colegio. La nota de acceso a magisterio es
mucho menor que la de una ingeniería o medicina. Siendo claros, solo aquellos
adolescentes que tienen buenas notas medias en bachillerato se plantean
estudiar esas carreras. Sin embargo, conozco mucha gente que ha decidido
estudiar magisterio porque “es fácil y piden poca nota para entrar”. Esto es
así, no me lo podéis negar. A mí me decía todo el mundo que cómo iba a hacer
magisterio si tenía buena nota en selectividad. Eso es un error terrible.
Donde quiero ir a parar es
a que lamentablemente, y puede que pierda algún lector al decir esto, hay gente
que llega a ser profesor sin tener las capacidades que una profesión tan
importante requiere. Los ingenieros construyen el mundo, los médicos salvan
vidas, los profesores construyen personas. Si la nota para entrar a magisterio
en la universidad fuese un 9 en vez de un 5, si los sueldos fueran mucho más
altos, solo llegarían a formarse como profesores aquellos con más habilidades.
Porque seamos sinceros, no todos valemos para lo mismo. Y la decisión de ser
maestro debería tomarse después de ser consciente de que ser profesor requiere
levantarse cada mañana con las ganas de hacer que tus alumnos se superen día
tras día, y eso conlleva un gran esfuerzo y dedicación. Lo que os quiero decir
es que no debería haber ni un solo profesor vago en este país. Porque de
profesores vagos nacen alumnos vagos, y por lo tanto, ciudadanos dóciles y
manejables. Espero haberme explicado bien, no creáis que mi intención es pedir un
aumento de sueldo en el trabajo que aún no tengo.
Resumo. Si ser profesor
estuviese tan valorado socialmente como está ser médico o ingeniero (son
ejemplos eh), los sueldos serían más altos, gente más capacitada decidiría ser
profesor (es triste pero cierto), y la educación sería de una mayor calidad.
Cuando vamos al hospital no esperamos que nos atienda un médico que no sepa
bien lo que hace. Cuando un padre o madre lleva a su hijo al colegio, tampoco
debería esperar incompetencia de ningún tipo.
Para acabar ya con mi
teoría no patentada, os cuento una curiosidad. En el mundo de la educación,
Finlandia es uno de los referentes a nivel mundial. Sus datos de abandono
escolar son bajísimos, y los profesores son considerados una autoridad social.
Su gran valoración se refleja también en los salarios, que son considerablemente
mayores que los de un maestro español (unos 3.400 € mensuales frente a unos
1.500 € aquí). En Finlandia la tasa actual de paro es del 8,1%; en España, del
25,8 %. No digo más.
No quiero
malinterpretaciones. No digo que los terribles problemas que tiene hoy en día
este país se deban exclusivamente a una mala educación o a una cultura poco
seria, pero creo que esos dos factores sí tienen una influencia clave. Y es
que, en mi opinión, nos educan para aceptar los fallos de los hombres de traje,
para resignarnos a tener que sortear como sea los obstáculos que nos van
poniendo. Tenemos una democracia que llegó como salvadora después de etapas que
jamás debieron haber tenido lugar, pero que en la actualidad, se está quedando
anticuada. No podemos vivir gobernados por dosis de resignación.
Sin embargo, y aquí viene
lo más importante de mi mensaje, el problema no son únicamente los hombres y
mujeres de traje. Sé que mucha gente podría leer esto y decirme que ellos no merecen
estar en paro, ni ser desahuciados. Os prometo que estoy totalmente de acuerdo,
y es injusto que dependamos tanto de gente que no está a la altura de nuestras
ganas de vivir dignamente. Recordad que estoy generalizando para explicar mi
idea, pero sé que hay gente que está pasando hambre después de llevar toda la
vida trabajando y luchando por conseguir justamente lo contrario. Sin embargo,
llevo ya 21 años mirando la sociedad que tengo alrededor. Y al mirarnos veo que
nos quejamos de cosas que hacemos todos. Los hombres y mujeres de traje roban,
pero creo que mucha gente en su situación haría lo mismo. Y cosas peores. Por
cierto, les llamo hombres y mujeres de traje porque “políticos” no me parece
adecuado. Yo creo que la política no debería estar remunerada, para que solo se
dedicasen a ella ciudadanos trabajadores con una vocación social real.
Volviendo al tema, mi
opinión es que los que nos gobiernan o quieren gobernar no son tan diferentes a
nosotros. Solo tienen más poder, lo que los corrompe aún más. Y por ello, creo
que la revolución de la que ya hablaban los Beatles, y que es hoy más necesaria
que nunca, no debe basarse en cambiarles a ellos y a sus trajes, sino en
cambiarnos a nosotros. A todos y cada uno de nosotros. Es necesaria una
revolución a la francesa, no con guillotinas, sino con ideas. Con reflexiones
individuales sobre lo que cada uno es y hace. Podremos llegar a cambiar el
mundo capitalista e injusto que tenemos si llegamos a poder cambiar nosotros
primero.
Sé que esto puede sonar idealista,
y es más, creo que incluso lo es un poco. Pero no quiero resignarme más. Quiero
cambiar, quiero limpiar mi granito de arena. Y entiendo y respeto a quien me
diga que no es fácil. Cada persona es un mundo con sus problemas, cada vida es
un mapa con calles diferentes. Por ejemplo, hoy hace un año que le dije “te
quiero” a mi chica por primera vez, y eso es hoy lo más importante para mí. Pero…
¿por qué no esforzarnos en cambiar poco a poco? De verdad, hablo de un proceso
lento, pero efectivo. Tan lento como esas abuelitas que al pagar en el
supermercado vacían su monedero sobre la caja para pagar con monedas de 5
céntimos. Pero tan efectivo como su búsqueda.
No habría escrito todo
esto si no creyese en todas y cada una de mis palabras. Creo que es posible.
Creo que podemos cambiar el mundo, empezando por abajo. Por nosotros mismos. Hasta
entonces, nos seguiremos quejando de la imagen que refleja un espejo que nosotros
elegimos y no queremos mirar. Hasta entonces, seguiremos teniendo lo que
merecemos.
Qué bien que hayas leído
hasta el final. Si te ha gustado, o al menos te ha hecho pensar, molaría que
compartieses esto con quien creas que puede apreciarlo. Gracias, ¡un abrazo
fuertote!
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